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dissabte, 28 de maig del 2016

Críticas: Modular: (Everything has changed)




Modular: (Everything has changed) es una de esas obras intimistas de interpretación libre y completamente personal. El ciclo Yo gesto de la Sala Fènix, basado en propuestas escénicas principalmente corporales e interpretativas, finalizaba con esta pieza de la compañía VoxDansa Ensemble.

La atmósfera es la clave de este espectáculo en Barcelona basado en la danza Butô de origen japonés. El Butô es un conjunto de técnicas de danza nacidas en 1950 de la mano de Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno. La dura postguerra después del estallido de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki motivó la creación de un movimiento artístico que acompañara unos cuerpos mutilados y afectados por sus efectos secundarios. Esta danza se basa en la reflexión del cuerpo dentro del cosmos, en cómo éste siente y habla por sí mismo, por eso mismo una de las partes fundamentales del Butô es la improvisación

La intérprete Josephine Grundy recibe solemnemente al espectador y lo introduce en la atmósfera que va a acompañar la pieza. Nada más entrar vemos un escenario minimalista, característica del Butô, un piano, una serie de flautas y una viola que toca aleatoriamente, Chris Orton, el músico que la acompaña y completa la pieza. Asistimos a un viaje interno de la intérprete a través del movimiento y algún que otro efecto sonoro y lumínico. El público observa expectante un cuerpo que se retuerce experimentando al ritmo del músico que se convierte en un hechicero desafinado que guía a su presa a través de la melodía. 

Pero en la mirada de Josephine hay algo, no sabemos qué pero algo ve, sus ojos muestran algo que no somos capaces de visualizar pero su mirada se vuelve magia. Su estado de concentración y la atmósfera que se crea desde el principio convierten la experiencia en un trance, hay momentos en que incluso el aire podría cortarse con un cuchillo. Los movimientos abstractos e impredecibles incitan a la imaginación a realizar sus propias conclusiones.

Modular: (Everything has changed) es un viaje emocional para el público pero sobre todo para la intérprete que parece transitar por emociones tales como la calma, la paciencia, el miedo, la alegría o incluso la soledad dentro de su mundo onírico. Lo que uno siente o ve es difícil de transmitir con exactitud, como un sueño descrito que pierde el sentido al ser explicado. Lo que vivimos es el traslado de unos sentimientos a través de sensaciones que cada individuo recepcionará e interpretará a su manera. Esto es el teatro experimental, una explosión de sentimientos encontrados, uno entra sin esperar nada en concreto y se deja llevar por la propuesta, pude gustar más o menos pero el espectador no queda nunca indiferente.

dilluns, 16 de maig del 2016

Crítica: No me llames Solsticio, llámame Otoño


No me llames Solsticio, llámame Otoño es una pequeña pieza de clown gestual llena de dinamismo e inocencia con un final redondo. María García Lucas y Javier Pastor Giménez de la compañía Sietedemayo presentaron en la Sala Fènix la segunda obra del ciclo Yo Gesto con una gran afluencia de público y una muy buena acogida.

El otoño es raro, melancólico, una despedida, es el momento en el que empezamos a pasar del buen tiempo del verano al frío del invierno y, para muchos, se acaban las vacaciones. Los signos clásicos de la estación como las hojas caídas, el viento y los periódicos que vuelan abandonados nos sitúan en la escena. Sus dos personajes parecen solitarios, sufren las inclemencias del tiempo, se encuentran, se miran, se divierten, juegan, se enamoran, se odian, sus emociones son tan ligeras y confusas como el tiempo, tan inocentes y espontáneos como los niños.

El trabajo corporal se combina con la sensibilidad musical que los orienta y refuerza la propuesta. Los actores se dejan llevar por la música que les marca el ritmo y la ejecución de sus movimientos. Asimismo las luces además de facilitar la creación de la atmósfera también tienen una función fundamental que guía la corporalidad y las acciones de los personajes.

Con pocas palabras y gran expresividad los dos chicos nos explican una historia bien sencilla con la que todos nos podemos llegar a identificar. El guión demuestra que de una idea bien sencilla y bien llevada puede obtenerse un gran resultado. Los actores consiguen desde el primer momento concentrar la atención del público, su gran expresividad, la buena energía y un entendimiento perfecto entre la pareja lo convierten en una obra simpática y, disculpadme la palabra pero no encuentro otra más perfecta, muy “cuqui”.