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dilluns, 16 de maig del 2016

Crítica: No me llames Solsticio, llámame Otoño


No me llames Solsticio, llámame Otoño es una pequeña pieza de clown gestual llena de dinamismo e inocencia con un final redondo. María García Lucas y Javier Pastor Giménez de la compañía Sietedemayo presentaron en la Sala Fènix la segunda obra del ciclo Yo Gesto con una gran afluencia de público y una muy buena acogida.

El otoño es raro, melancólico, una despedida, es el momento en el que empezamos a pasar del buen tiempo del verano al frío del invierno y, para muchos, se acaban las vacaciones. Los signos clásicos de la estación como las hojas caídas, el viento y los periódicos que vuelan abandonados nos sitúan en la escena. Sus dos personajes parecen solitarios, sufren las inclemencias del tiempo, se encuentran, se miran, se divierten, juegan, se enamoran, se odian, sus emociones son tan ligeras y confusas como el tiempo, tan inocentes y espontáneos como los niños.

El trabajo corporal se combina con la sensibilidad musical que los orienta y refuerza la propuesta. Los actores se dejan llevar por la música que les marca el ritmo y la ejecución de sus movimientos. Asimismo las luces además de facilitar la creación de la atmósfera también tienen una función fundamental que guía la corporalidad y las acciones de los personajes.

Con pocas palabras y gran expresividad los dos chicos nos explican una historia bien sencilla con la que todos nos podemos llegar a identificar. El guión demuestra que de una idea bien sencilla y bien llevada puede obtenerse un gran resultado. Los actores consiguen desde el primer momento concentrar la atención del público, su gran expresividad, la buena energía y un entendimiento perfecto entre la pareja lo convierten en una obra simpática y, disculpadme la palabra pero no encuentro otra más perfecta, muy “cuqui”.



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